Docentes 1278

domingo, 31 de marzo de 2013

¿Qué es ser un buen profesor?

Una pregunta que ha traspasado todos los tiempos  ¿Qué es ser un buen profesor?



Ser buen profesor implica una gran responsabilidad que abarca directamente un código moral y unos valores concretos, ampliamente aceptados por la sociedad, que tocan directamente con el aprendizaje, pero que no sólo se proyectan en el aula, sino que traspasan sus fronteras


Los profesionales de la educación son el núcleo de las reflexiones pedagógicas y por ende, los guías de la formación integral de los alumnos, futuros ciudadanos dentro del sistema existente. De la idoneidad científica y de la calidad humana de los educadores, depende, en gran parte, la disposición de los discípulos, para autodescubrirse como seres capaces de recrear y transformar su mundo y sus relaciones.




Pero desde este punto de vista, el docente no puede ser mirado como un modelo único que ajusta los individuos a unos intereses creados, sino como gestor de un proyecto humano, donde el estudio y el aprendizaje continuos de la realidad, unidos a una seria autorreflexión sobre la misma, van forjando su crecimiento integral y su acompañamiento revelador. ¿Por qué revelador? Porque bien sabemos que los alumnos perciben el mensaje subliminal de las actitudes del profesor, más que sus explicaciones magistrales, o sus propuestas para alcanzar un logro. Es la vida la que está en juego y cualquier acción tendrá peso en la toma de decisiones, a corto o largo plazo, porque ningún gesto quedará indiferente para el aprendiz.

Lejos del modelo romántico, se impone hoy el profesor visionario de futuro y observador crítico del presente y de la historia, capaz de mantenerse en formación permanente, preparado para interactuar con los actores de la comunidad como líder, pensador y coordinador de acciones que permitan el libre desarrollo del pensamiento, la conciliación en medio de los conflictos y la lucha por la inclusión ; participativo en la construcción histórica y avanzado en la investigación de su quehacer pedagógico; creador y facilitador de nuevas estrategias de aprendizaje y de experiencias significativas, que ayuden a los alumnos a comprender la responsabilidad y el sentido de la vida en sociedad.

Pero.. ¿Cómo puede hacerlo en medio de tantos compromisos académicos, que le absorben su tiempo? ¿Cómo puede hacerlo frente a las corrientes externas que contradicen los valores que pretende inculcar? ¿Cómo puede hacerlo con un salario que no se corresponde con su responsabilidad? ¿Cómo puede hacerlo con un estado que parece importarle más los resultados reflejados en las cifras, que la formación para la vida?

La respuesta no es fácil, y la dejaremos al debate de nuestros lectores; pero es pertinente a su ser de educador que se abre paso en medio de un sinnúmero de actividades, responder como profesional a todos los frentes implicados en una labor tan compleja como es la de educar.
El buen profesor sabe tanto de su materia como de sí mismo y así lo demuestra con honestidad y humildad; se mantiene “conectado”, brindando el apoyo necesario para facilitar el acceso al conocimiento, mostrando caminos sin construir, valorando esfuerzos, aprovechando hasta los errores, para formar en la frustración, con rigor científico y con mucha humanidad. Nada mejor para comprenderlo que recordar las sabias palabras de Benjamín Franklin: “Me lo dices y lo olvido, me lo enseñas y lo recuerdo, me dejas que lo haga y aprendo”.